sábado, 13 de noviembre de 2021

En el incendio de Lagunillas “se incurrió en delitos de Iesa Humanidad”

   La noche apenas comenzaba y traía consigo una extraña oscuridad para los habitantes del palafítico pueblo indígena de “Los Parautes” o, Lagunillas de Agua, el nombre que el mestizaje le dio. La madera, seguramente, crujía y la brisa aún no se llenaba de gritos, pero sí, había voces y algunas decían: “no enciendan las lámparas, porque el lago tiene algo, tiene petróleo”.

Las planchadas de las casas se extendían como enredaderas, permitiendo las conexiones y el paso entre los palafitos y, abajo en los pilotes, la negritud del oro negro impregnaba de malos presagios, la base del pueblo ancestral, ese que vio llegar a los “conquistadores” con el ánimo de someterlos.

Para el 13 de noviembre de 1939, Lagunillas de Agua, en el estado Zulia, concentraba un mosaico de genes, gente de otros países, locales y venidos de “todos” lados veían en la explotación petrolera, a  través de las trasnacionales extranjeras, un pase al progreso… 

Pero nadie avizoraba cómo el pueblo desaparecería ese 13, en horas y, aún hoy, a 82 años del trágico incendio, que arrasó con 1.057 casas, 51 locales y, según,  versiones gubernamentales de la época, con “300” personas, hay más preguntas que respuestas.

En Lagunillas de Agua, un pueblo palafítico vivieron hace tres mil años los indígenas Parautes.

 

El cultor e investigador Jhonny Salcedo nos adentra en una historia reveladora sobre una de las tragedias zulianas más impactantes para esa época.

“Ese día (13 de noviembre) se dice que a una mujer prostituta, Alicia Mendoza, dueña del Bar Caracas se le cayó una lámpara Coleman y fue lo que propició el incendio. A Esa mujer la entrevistaron días después del incendio y no fue afectada.  ¿Y cómo es que en el sitio donde comenzó el fuego, no le ocurre nada a la mujer?”.

Salcedo descorre un velo que, según su visión, cubrió las causas reales del incendio de Lagunillas de Agua.

“Eso fue invento para desviar la atención”, agrega con el convencimiento sustentado en sus indagaciones, al referirse a la mujer y la lámpara caída al lago.

“Fue un acuerdo entre López Contreras y la Gulf (trasnacional), que por cierto hoy en día se llama Chrevron, porque ellos necesitaban ese espacio para sacar el petróleo. Y también la Creole. Entonces el incendio de Lagunillas fue provocado y, además de eso, como fue la tragedia, según las cifras del gobierno fueron 300 (víctimas), pero si se dañaron mil casas tienen que calcular que en cada una, mínimo había dos o tres personas.

Siendo conservadores podríamos hablar de tres mil personas muertas, pero quemadas vivas para saciar la sed de dinero, la avaricia de una trasnacional o de un consorcio trasnacional”, asegura Salcedo, mientras, sus palabras describen el contexto que antecedió a las llamaradas infernales de ese triste noviembre.

Rememora como en 1926, la empresa Lago Petroleum Corporation (convertida después en la Creole) descubre el primer pozo petrolero en Lagunillas; ésta tenía una alianza con la Gulf.

La primera trasnacional obtiene una concesión y, en sus indagaciones, un manto de riqueza, de “mene” se revela: hay petróleo no solo en tierra también en el Lago.

 

La desfiguración de un pueblo

 

El principio de una bonanza salpicada de fuegos: tres incendios y un cuarto, el último para dejar en cenizas al pueblo palafítico que existió por tres mil años.

  Las trasnacionales sabedoras del petróleo hacen  “la repartición. La Shell (que también estaba en el sitio), se queda con todas las explotaciones terrestres, porque está angloholandesa fue la que inició la exploración. La Shell no sabía que en el lago había petróleo y escogió en tierra (para hacer sus actividades). Pero a la Gulf, la Creole (Lago Petroleum Corporation) le vende toda la franja que hay de la orilla donde está precisamente Lagunillas de Agua-Paraute, entonces la Gulf se consigue con el problema  ¿ Cómo sacar el petróleo si está ese pueblo allí?  Comienzan a negociar. Comienzan a pelear”, rememora Salcedo con base a sus indagaciones.

 


La construcción de un muro para la actividad petrolera fue "cercando" al pueblo de agua, comezó así una pugna, porque los habitantes y sus casas estaban en la orilla donde había más petróleo. En esa gráfica cortesía de Jhonny Salcedo se observa en dique.


 

Se configura, poco a poco una realidad ajena al pueblo, pero con repercusiones para cada uno de los habitantes; su trascendencia derivó, después de la tragedia en el nacimiento de Ciudad Ojeda, hoy refundada Ciudad General en Jefe Rafael Urdaneta.

De las palabras de Salcedo, director de la Casa de la Cultura “Don Otilio Miquilena”, siguen fluyendo revelaciones: “La compañía va cercando al pueblo para sacar petróleo y entonces, tú ves como hay explotación petrolera en todo el alrededor del pueblo y éste se va resistiendo, aguantando. Diciendo nosotros tenemos aquí tres mil años y aquí vamos a permanecer”.

La extracción del petróleo tiñó de oscuridad al lago y, el apacible pueblo palafítico va perdiendo en una lucha desigual. Se extinguen los manglares y el ecosistema acuático.

“Ya no podían pescar, contaminan las aguas. Y ellos comienzan a quejarse, los lagunilleros. La Gulf empieza así su explotación petrolera, siguen cercando cada vez al pueblo. A parte de eso, llegó una migración terrible de todas partes. Llegan de muchos países, de Colombia, de Las Antillas, de Trinidad, de la misma Venezuela, margariteños y corianos. Comienzan a construir casas. Y en el pueblo tranquilo empiezan a proliferar los sitios de ventas de cerveza, de bares, la prostitución…Se destruye la identidad de un pueblo por completo. Y Hay un primer incendio. Y luego hubo varios”.

Los 82 años de este hecho no apagan las preguntas, las dudas como bien lo resume Salcedo. “¿Qué nos quedó a nosotros? Nada, allí nunca se dijo nada. Nunca se habló de una cifra oficial y de las causas. Se le echó la culpa a una mujer. El incendio fue provocado, no tengo las pruebas, pero están los argumentos, el más demoledor es eso: que se halla sometido al olvido”.

En las revisiones bibliográficas, Mendoza siempre emerge como la figura que encendió la lámpara ignorando todas las advertencias, como alguien  minimizando el riesgo a, sabiendas que una avería en una tubería petrolera de un pozo de Gulf, cerca de allí, tenía ennegrecidas las aguas del lago y los olores a gases se sentían intensamente en el pueblo Paraute.

 

El velo se descorre

 

“¡Fuego! ¡Fuego!

 

El grito surgió de la calle, de la planchada. Luego repercutió, se expandió, tembló en mil, en diez mil voces aterradas (…) Una melena de llamas quedaban arriba, fragorosa. Estas llamas destacábanse como seres vivos, saltaban a la angosta plataforma y se deslizaban en pos del tropel pavorido (…) El fuego cobraba sin regateos. Dos horas después había terminado su labor. Dejaba un panorama plano de cenizas, tizones encendidos, planchas de hierro retorcidas”, escribió Ramón Díaz Sánchez en su novela el Mene, una descripción de uno de los cuatro incendios que trastocaron a Lagunillas de Agua.

Su obra publicada tres años antes, parece premonitoria. En 1939, la visión narrativa de Díaz Sánchez tristemente se hace realidad y Lagunillas de Agua se extingue en las llamaradas.

 

 Las producción petrolera que comenzó a darse en el Lago alteró el ritmo y estilo del pueblo palafítico, ya su estuario comenzaría a teñirse de negro y el riesgo de fuegos era más latente.

 

El suceso dio una visibilidad mayor a la zona, aunque lamentablemente, la versión de la prostituta y la lámpara atenúo la verdadera historia: “Y sobre el mismo se tejieron toda clase de tergiversaciones para ocultar la responsabilidad estatal y empresarial. Luego, un manto de olvido se echó encima de las víctimas del genocidio de Paraute, como el muro que levantaron las petroleras sobre los incontables cadáveres que quedaron anónimos calcinados”, escribió, el año pasado Yldefonso Finol, historiador y Cronista de Maracaibo.

“Por la premeditación, saña, complicidad, nocturnidad, simulación, alteración de la escena del crimen, cierre intempestivo de la investigación, menosprecio por las víctimas, y manipulación de evidencias, el Estado venezolano y las empresas extranjeras involucradas, incurrieron en gravísimos delitos contra la vida y los Derechos Humanos, delitos de odio, de racimos, delitos todos de Lesa Humanidad

A la luz del Derecho Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela y del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, son imprescriptibles”, escribió Finol, quien aún fue más allá y develó una descripción más que no puede seguir quedando sin respuestas.

“Se incurrió en delitos de Iesa Humanidad tipificados en el Derecho Internacional como: Etnocidio: ´significa que a un grupo étnico, colectiva o individualmente, se le niega su derecho a disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su propia lengua. 

Esto implica una forma extrema de violación masiva de los derechos humanos, particularmente del derecho de los grupos étnicos al respeto de su identidad cultural, tal como lo establecen numerosas declaraciones, pactos, convenios de las Naciones Unidas y sus organismos especializados, así como diversos  organismos regionales intergubernamentales y numerosas organizaciones no gubernamentales” (Declaración de San José sobre etnocidio y el etnodesarrollo, 1982, citada por Finol en su artículo.

 

El fuego arrasó en dos horas con 1057 casas palafíticas, con 51 locales y una cantidad de víctimas fatales, cifra que aún hoy no puede establecerse con certeza.


Las historias emergen

 

El pueblo Paraute de la nación Añú sigue vivo en la historia y en los tantos relatos que, como semillas esparcidas, dan hoy frutos en formas de testimonios, algunos para asentar fe sobre cómo transcurrieron las últimas horas de una tragedia evitable.

En sus memorias, Jesús Farías, referido por el historiador Yldefonso Finol cuenta que lo vio, tristemente, como testigo y sobreviviente de ese incendio, teniendo, además la bendición de ser una de las personas con alfabetización suficiente para escribir y narrar lo vivido.

“Como los peligros aumentaban, empezamos a reclamar ante las autoridades y ante la Gulf, empresa responsable del ´reventón´. Sin embargo, nada se hizo para evitar el incendio que se veía como algo inevitable, si no cerraban la válvula del oleoducto roto. A eso de las ocho de la noche estalló un violento incendio y cubrió miles de metros cuadrados de la superficie sobre las aguas y debajo de las casas de madera levantadas sobre estacas. Este fuego atrapó a miles de hombres, mujeres, niños y ancianos. Algunas personas salvaron sus vidas partiendo lago adentro en cayuco. Otros cruzaron el fuego por la planchada, pero ésta quedó cortada a los pocos minutos. Como el pueblo estaba atrapado entre los muelles de la Gulf y la VOC, los marinos de turno anclados acercaron sus lanchas y salvaron mucha gente, pero los que vivían en el centro casi todos murieron quemados o ahogados.

Cuando estalló el incendio, yo daba mis clases de primeras letras a pocos metros de la orilla. Tres de mis alumnos corrieron a salvar sus pertenencias, pero los tres desaparecieron. Eran obreros jóvenes, poderosos, buenos nadadores y, sin embargo  perecieron ¿Qué se podría esperar para las infelices madres cargadas de niños pequeños? (…) El fondo de la desgracia, fue que la Mene Grande tenía interés en perforar donde estaba el pueblo, pues las consideraba parte de sus ´concesiones´. 

Además, el pueblo estaba en un enorme depósito de petróleo, a poca profundidad y a pocos metros de distancia del campo central de la empresa. Para la Mene Grande no tenía sentido esperar más tiempo para extraer el petróleo, por lo que se resolvió prenderle fuego a todo el pueblo y quemar vivos a millares de personas que allí vivían desde siempre, y otros llegados recientemente. El gobierno le echó tierra al monstruoso crimen. Era evidente que había funcionado el soborno en todos los niveles”, concluye Farías.

Sobre la actuación gubernamental, en particular del presidente para esa época, Eleazar López Contreras hay salpicaduras de todo nivel.  

 

Cuestionamientos, dudas y un sin fin de versiones, cayeron sobre el general Eleazar López Contreras, presidente del país, durante el fatídico incendio.  Antes de la tragedia, había venido a Lagunillas de Agua.

 

El cronista de Lagunillas, Francisco Chávez, en uno de sus artículos de opinión, también posa sobre la mesa reflexiones que bien merecen examinarse: “Cuesta hacerse a la idea de cómo los gobernantes de turno no les importo esclarecer lo que realmente allí ocurrió. Los testimonios, datos y relatos de supervivientes, junto al trabajo de investigadores, refieren hoy una realidad muy distinta a la contada durante años.

El discurso repetido y convertido en verdad sobre tan fatal suceso, no establece clara responsabilidad directa de las empresas transnacionales por el manejo negligente de la extracción del petróleo, por el contario, toda la culpabilidad del hecho recayó en una prostituta del “Bar Caracas” de nombre Alicia Mendoza”.

La supervivencia Paraute

El llanto desgarrador de voces infantiles trastoca la audición de una adolescente. Hay fuego en los palafitos y “mene” en las aguas. Ella llega a la orilla, pero es inevitable, escucha a los niños llorar. Es nadadora hija de padres margariteños y, en ese 13 de noviembre, sobrevive al incendio de Lagunillas y, además, rescata a tres niños de las aguas petrolizadas.

Todos viven para contar su historia. Uno de los pequeños, no tiene los rasgos de los demás, su cabello es rojo y sus ojos azules, así lo recordaba Custodia López. Ella armada de valor, venciendo el peso que ejercía el petróleo sobre su cabello y reponiéndose al cansancio de nadar, con cada niño rescatado, a la orilla, se encontró después con un final feliz para ese muchachito tan distinto.

“En su historia dice que le llama la atención ese tercer niño, porque sus características eran diferentes a los niños de Lagunillas de Agua, porque tenía los ojos azules y el pelo rojo, porque era un niño blanco, gordito. Ese niño era Darío Álvarez, mi papá”, cuenta la cultora y concejala Yelitza Álvarez, con la emoción que da el revivir tan impactante momento.

En la búsqueda de sus ancestros Paraute, los de su abuela Petra Álvarez, también sobreviviente a la tragedia del incendio de Lagunillas de Agua, llegó frente a Custodia López, quien a sus 16 años, salvó su vida y la de tres niños en esa tragedia.

El pueblo Paraute “vive” y la prueba de su existencia sigue estando en cada historia y en cada superviviente.

Y hubo, pese a la extinción de los palafitos, de una cantidad de personas fallecidas, un final feliz: el de Custodia que vivió para contar su heroísmo, el de Petra que consiguió con vida a su niño, el de Darío que echó raíces en el sector Las Morochas, el de Yelitza que sigue indagando en la historia ancestral, el de Yldefonso que sigue visibilizando este hecho que requiere respuestas y justicia.

El de Jhonny que ha contado sus hallazgos, el del cronista Chávez que tiene sobre sí la divulgación de nuestros orígenes, el de una Ciudad, antes Ojeda, que nació por decreto del presidente Eleazar López Contreras y, ahora es refundada como Ciudad General en Jefe Rafael Urdaneta, el de usted, el mío, porque Todos somos Paraute.

 

Texto: Yennys Rojas / Fotos (Compilación) Luis Martínez

 

 

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